Conocemos hace mucho tiempo la historia
del Mar Rojo, del desierto, de la esclavitud, de la tierra prometida. Nos la
contaron hace muchos años. Pero ¿nos dijeron que poner el pie en el otro lado
del mar era muy difícil?; ¿quisimos oír que al otro lado comenzaba el desierto,
largo, monótono, seco, interminable, mientras atrás quedaba la seguridad,
aunque fuera la de los esclavos?
Más allá, después de las arenas ardientes, está la tierra prometida, la tierra de la libertad, la tierra que mana leche y miel, nos dijeron. Pero… ¿estará de verdad?; ¿no será sólo un espejismo más despertado por el desierto aburrido y abrasador?
Más allá, después de las arenas ardientes, está la tierra prometida, la tierra de la libertad, la tierra que mana leche y miel, nos dijeron. Pero… ¿estará de verdad?; ¿no será sólo un espejismo más despertado por el desierto aburrido y abrasador?
Más allá, tras las dunas del desierto solitario, sólo puede ir el que cree posible lo imposible, el que tiene una fe capaz de trasladar montañas, el que es capaz de esperar contra toda esperanza, el que, como Abrahán, no tiene duda alguna de que, más allá del horizonte, está la tierra que Dios promete.
Un día (en el bautismo, en la profesión, en el compromiso)
comenzamos a caminar. Pero llegó el cansancio, vino la oscuridad, nació el
desaliento. Más allá de nosotros no parecía haber nada. ¿Y si todo fuera un
espejismo? ¿Y si la tierra prometida no existiera? ¿Y si la tierra que mana
leche y miel no fuera más que una utopía irrealizable, una esperanza
adormecedora que sólo pretende arrancarnos de la dureza del presente? ¿Y si lo
único que vale son los ajos y los puerros y las cebollas de Egipto?... Y, sin
pensarlo dos veces, nos dimos la vuelta y nos volvimos a Egipto donde estaba la
esclavitud, pero donde estaban también los ajos, las cebollas, los puerros…
Abandonamos la utopía de la tierra prometida, renunciamos al proyecto que Dios
nos ofrecía: ¿para qué la libertad?; ¿existía siquiera la libertad?
Pero Dios no se cansaba, no cejaba en su
intento de llevarnos a ese horizonte nuevo. Y, otra vez, salió a nuestro
encuentro, nos ofreció una nueva oportunidad. Nosotros estábamos cansados, pero
intuimos que en ese proyecto había futuro, aparecía un horizonte nuevo. Y, aunque
cansados, agotados, nos pusimos a caminar con un grito en los labios: “¡Haznos volver, Señor, para que volvamos!
¡Conviértenos para que nos convirtamos!”.
Es la tarea que nos presenta la cuaresma.
No es un juego. Es algo mucho más serio. Es llamada a la conversión, o sea, a “poner el dedo en la llaga”. Y eso duele
y por eso nos cuesta y por eso lo vamos dejando de lado. Y nos contentamos con
pequeños arreglos que no solucionan nada. “Si
entendemos la ‘penitencia cuaresmal’ como un pequeño ayuno que no nos cuesta
gran cosa y no nos transforma interiormente, poco habremos conseguido de la
cuaresma… “Rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor Dios
vuestro”. Es adentro donde tiene que bajar la conversión y no quedarse en la
superficie” (José Aldazábal).
Pedimos al Señor que nos limpie los ojos para
poder ver, que nos libere del cansancio para que tengamos la valentía de
empezar a caminar otra vez, que nos abra las puertas del corazón para que
sepamos construir nuestra existencia desde el amor, la acogida, la solidaridad.
Retiro de Cuaresma 2013
Fraternidad 'Hermanos Menores' y comunidad de C/Emilio Ortuño (Madrid)
Que alegría poder revivir lo vivido y refrescar lo trabajado. Gracias por ta buen trabajo, por la generosidad y la entrega.
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