jueves, 15 de noviembre de 2012

FAMILIA FRANCISCANA DE Mª ANA MOGAS, AYER Y HOY (I)

Hablar de familia es algo entrañable para todos, es evocar recuerdos, gestos de cariño, palabras de vida, sonrisas o lágrimas, gozo o sufrimiento. En menor grado recopilación de datos, de hechos o de fechas. En esta es la clave va este pequeño escrito.

La historia de nuestra familia se inicia con un nombre, el de una niña que nació, el 13 de enero de 1827 en un pueblo pequeño de Barcelona, Corró de Vall, (hoy perteneciente a Granollers) hija de Lorenzo y Magdalena, campesinos y hosteleros, gente sencilla y cristiana, que bautizaron a su tercera hija como María Ana Mogas Fontcuberta.
Un hecho sencillo, que fue el inicio de una larga historia de amor, servicio y compromiso con Dios y con los hermanos, que llega hasta hoy. Algo semejante a la vida de cada uno de nosotros y a nuestra historia.
Porque este es el estilo de Dios en sus grandes cosas, que se muestra también en la  trayectoria de esta mujer. Huérfana desde los catorce años, tiene que dejar su pueblo y su casa, siendo acogida y educada por su madrina en Barcelona, en un ambiente culto y refinado. Allí sigue creciendo en la fe transmitida por sus padres, que se va arraigando, y desarrollando en su nueva parroquia Santa María del Mar, donde descubre desde muy joven, a los pobres y necesitados. Su corazón de educadora la lleva a sufrir en carne propia el abandono de las niñas sin escolarizar y el de tantas mujeres jóvenes que trabajan en condiciones muy desfavorables. Y movida siempre por el amor a Dios y a los hermanos, ve en la educación de niñas y jóvenes, en la promoción de la mujer y la apertura a socorrer cualquier necesidad y dolencia, la forma concreta de plasmar, con estilo franciscano, el “Seguimiento de Jesús”
Apoyada solo en la fuerza que recibe de Dios, lo que llamamos “el carisma” emprende esta misión, uniéndose a otras dos hermanas exclaustradas en la escuela de Ripoll (1850). Aunque las dificultades son muchas desde el principio, por el ambiente social y por la terrible pobreza de medios en la que siempre se mueve, sus muchas cualidades, su tesón, su confianza en Dios y ese amor sincero y comprometido hasta el sacrificio por los más pobres, la hacen seguir adelante sorteando las dificultades.
 
Los testimonios de las personas que convivieron con ella, nos la muestran siempre como una mujer centrada en el amor de Dios. Desde ese amor en el que se sentía sostenida y enviada, su personalidad fuerte se expresa en la entrega y cariño a los demás sin excepciones. Siempre con gestos concretos y cercanos de comprensión, de escucha, de perdón, de servicio, hasta de ayuda material cuando ellas carecían de todo.  Llama la atención a sus primeros biógrafos su equilibrio, serenidad y alegría, sustentadas en la confianza “en la providencia de Dios que no abandona a sus hijas
Así vivió y ese fue el estilo de vida que alentó y animó en sus hermanas, como madre y fundadora. Pero no solo en ellas ni en las niñas a las que educaba. Su estilo y santidad era contagioso, en unos años en que ser religiosa era “un peligro” y escuchar insultos por la calle algo “normal”, ella sonríe y habla con los que se encuentra, los invitaba a acordarse de Dios, se interesa por sus necesidades.
(Continuará...)
Mª Guadalupe Labrador Encinas

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